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Hombre hablando por móvil con lenguaje de signos

La tecnología digital no nos hace ni más felices ni más infelices

Voces por Movimiento Azul

Ciclo de conversaciones que Movistar y nuestro Movimiento Azul organizamos en el Espacio de la madrileña Gran Vía. Conversaciones que buscan sosiego para salir del ruido, que quieren plantear nuevas preguntas sobre el mundo actual y aprovechar las preguntas del día a día, aportando un toque diferente. 

 

 

En este episodio nos hacemos preguntas sobre el impacto que los distintos productos y servicios digitales que utilizamos a diario pueden tener sobre nuestra salud mental. Hablamos sobre adicciones, conductas de riesgo, bienestar y malestar. El objetivo: evitar caer en soluciones simplistas a problemas complejos. Y lo hacemos con José César Perales, catedrático de Psicología.

 

 

 

José César Perales es catedrático de Psicología en la Universidad de Granada, investigador en adicciones comportamentales, autor de numerosos artículos científicos y co-autor del libro “Trampas, un viaje por la psicología y el juego de azar en el cine”. Ha investigado en universidades internacionales de prestigio, pertenece a comités editoriales de varias revistas científicas y realiza labores de divulgación. Ese esfuerzo investigador ha estado destinado a entender cómo utilizamos la información que el mundo nos ofrece para guiar y motivar nuestro comportamiento, y cómo ese proceso, a veces, se vuelve en nuestra contra.

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¿Afecta la tecnología a nuestra salud mental?

 

La respuesta es SÍ. En esto estamos todos de acuerdo. El problema es que algunos consiguen convencer a muchos otros de que ese ‘afecta’ se produce solo de manera negativa, contribuyendo a crear un imaginario colectivo que afirma a pies juntillas que es la tecnología digital la que provoca que seamos menos felices que en el pasado. 

 

¿Cuánto hay de verdad en esto? Ese es el punto de partida del segundo episodio de Voces. ¿Qué es salud mental? Mejor dicho, ¿cuándo podemos decir que nuestra salud mental está mal? Estar bien, estar mal, ¿qué es? ¿Cuánto hay de ‘hablamos de salud mental más que antes’? ¿Cuánto de ‘estamos peor de salud mental’ y cuánto de ‘decimos que estamos peor’? ¿Somos más infelices por culpa de las pantallas? Si hay ansiedad, ¿es todo cosa de la tecnología o existen otros factores? ¿Somos todos adictos al móvil, a las redes, a Internet? ¿Son los videojuegos la droga del siglo XXI? Estas son algunas de las preguntas presentes en la conversación con José César Perales.

¿Es mala la tecnología para la salud mental? Como dirían los gallegos, depende. 

 

“Tecnología no es solo redes sociales o chats o páginas web peligrosas y contenidos inadecuados”, empieza diciendo María. Tecnología también es escuchar música, leer en formato electrónico grandes clásicos de la literatura, charlar con un amigo en llamada o videollamada, afinar una guitarra o controlar tu glucosa con una app en el móvil, comprar la última novela de un gran autor a través de Internet porque vives en una zona rural sin acceso a librerías, aprender a arreglar un grifo gracias a un video tutorial que ha compartido en red un fontanero en la otra punta del país, comprar el PDF de un patrón de costura, crear una web en la que vender tu arte o tu talento… Así que, como tecnología es muchas cosas, algunas de esas cosas nos hacen sentir mal y otras nos hacen sentir bien. Ese mal o bien dependerá mucho de la persona, de su edad o carácter o contexto o circunstancias. “Generalizar en cuanto al impacto de la tecnología en la salud mental, concluir solo en lo positivo o en lo negativo, es una irresponsabilidad”, sentencia la moderadora. Y, sin embargo, se generaliza. Sobre adicciones digitales, sobre el impacto negativo de las redes sociales en nuestra salud mental, sobre el bienestar de la sociedad y su peligro de colapso por culpa de las pantallas. La generalización nos dice que estamos todos fatal.

¿Estamos bien, mal, mejor, peor? ¿Y qué papel juega en esto la tecnología?

 

‘Salud mental’ no es ausencia o presencia de patologías psicológicas y ‘tener una buena salud mental’ no significa sentirse bien. Tal y como explica José César Perales, salud mental tiene que ver con disponer o no de las herramientas necesarias para hacer frente a la vida de forma funcional. Tener recursos personales, comunitarios y sociales, para afrontar dificultades. “Sentirse mal en ciertas situaciones es lo normal y saber atravesarlo es también salud mental”.

 

En otros tiempos, hablar sobre salud mental, depresión o frustración o ira, sobre patologías diagnosticas, sentirse bien o mal de forma más o menos crónica… no era habitual. Hoy es un tema de mención cotidiana. Sin embargo, que todos hablemos sobre salud mental no significa que lo estemos haciendo ‘bien’ o que tanto hablar haga bien a quienes más ayuda necesitan. “La parte más positiva de la actual preocupación social por el tema de la salud mental”, continúa Perales, “es que por fin está en la agenda pública y se toca abiertamente, pero la parte oscura es la tendencia colectiva a patologizar o psiquiatrizar el malestar cotidiano, a medicalizar el sufrimiento. Necesitamos ser más cuidadosos”.

 

María amplía el diálogo aludiendo a la complicada relación entre bienestar, malestar y vida digital, y se muestra escéptica. ¿Es posible disfrutar del denominado ‘bienestar digital’ si no hay condiciones que favorezcan un bienestar ‘a secas’, más allá de la tecnología, en la vida de una persona? ¿Por qué asociamos bienestar digital a usar poca tecnología o a dedicarle poco tiempo a las pantallas? ¿Hay evidencia científica de que cuanta menos tecnología digital utilicemos mejor y más felices nos sentiremos? La respuesta corta, afirma Perales, es no. La respuesta larga requiere más tiempo. Afortunadamente en Voces apostamos por dedicar tiempo a los temas importantes.

 

“La tecnología es parte de nuestra vida, así que incide, como todo en la vida, en nuestra salud mental, en nuestra percepción de malestar y bienestar, en nuestra habilidad mayor o menor habilidad para afrontar lo bueno o lo malo que nos suceda. Incide, influye, impacta… negativa y positivamente. Cómo nos comportamos online o qué decisiones tomamos en nuestra convivencia con productos o servicios digitales es parte de nuestra vida cotidiana y puede ser un componente importante de nuestros problemas o de las soluciones que encontramos a nuestros problemas. La salud mental se ve influida por la tecnología y lo que hacemos online, pero no se puede simplificar: nuestro comportamiento o nuestra interacción con dispositivos y pantallas, apps o redes pueden afectarnos para bien o para mal”, explica el experto.

 

Pese a los matices, lo que nos encontramos en las noticias, dice María, es que no hay duda, que todo esto de lo digital empeora nuestra salud mental. La evidencia científica, estudios que se hacen en entornos académicos de todo el mundo, da para todas las interpretaciones. La relación entre nuestro uso de la tecnología, lo que vemos o vivimos online, y nuestro bienestar o nuestra satisfacción con la vida, es pequeña, pero tiende a negativa. Tendemos a decir que el uso de la tecnología nos hace sentir mal o regular. El problema es que esa afirmación se basa en lo que la ciencia denomina “auto-reporte”, es decir, se basa en lo que afirmamos, no en una observación científica de datos. Y esto es importante porque, cuando los datos sí son objetivamente observados desde fuera, el tema cambia. Nuestra percepción se ve muy influida por el discurso público de que la tecnología nos afecta para mal, pero hay evidencias sólidas de que ese impacto es bueno, y malo, las dos cosas, en función de las personas, los momentos, los contextos.

 

“La evidencia no es A o B, blanco o negro. Evidentemente, poca gente estaría de acuerdo en afirmar que un smartphone es algo inocuo que puedes dar a un niño sin que haya posibles riesgos, por ejemplo. Pero es fundamental entender que, además de la edad de ese niño o del móvil en sí, hay otros factores que pueden influir en esos riesgos: el patrón de crianza, el ambiente familiar, el acompañamiento”. Todo esto que cuenta José César podría resumirse en una frase: si somos simplistas en las conclusiones, cuando queramos poner soluciones, serán soluciones también simplistas. Si afirmamos que un niño que recibe un móvil muy temprano tiene un problema simplemente porque le han dado ese móvil, probablemente estemos errando en el diagnostico. Porque, si escarbamos en el estilo educativo, veremos más cosas que el mero uso del móvil. 

Una pregunta muy de moda en los tiempos que corren… ¿Están causando las redes una epidemia de salud mental entre nuestros adolescentes?

 

“Si vamos a los datos, los más objetivos posibles, sobre tendencia de problemas de salud metal en últimas décadas, no hay un patrón claro en todos los países o solo en países desarrollados”, comenta el entrevistado. “Nuestros sistemas de detección y atención en salud mental son mejores que en el pasado, no perfectos pero sí mejores, y se identifica mejor la problemática; hay más diagnósticos y, con frecuencia, eso satura el sistema, así que en lo que ciertamente hay un problema es en los recursos para atender la demanda, pero eso no significa necesariamente que hayan aumentado la depresión o la ansiedad en niveles que justifiquen algunas alarmas”. 

 

Así que, aunque nos incomode admitirlo, no podemos aún hablar de “causa-efecto” en cuanto a la relación entre tecnología y salud mental, sugiere María. Podemos quizá derivar que la relación es bidireccional, y que hay que prestar especial atención a adolescentes y jóvenes, que claramente son una población que precisa de protección y acompañamiento en sus diferentes ventanas de vulnerabilidad -por edad por supuesto, pero también por franjas de edad (no es lo mismo 13 años que 17), por género, raza o inclinación sexual, por contexto personal o circunstancias familiares-. ¿Cómo afrontamos la preocupación generalizada en relación con la salud mental de los adolescentes y su potencial relación con el mundo digital? “Tenemos que pasar del alarmismo grueso -todo es malo, para todos los adolescentes- a una precaución más informada y más dirigida a los elementos concretos que puedan tener un impacto negativo”, dice Perales. 

El problema de la adicción

 

¿Cuándo es un problema el tiempo que dediquemos a lo conectado o el tipo de actividad o cómo lo vivamos? ¿Es malo para nuestra salud mental que estemos repitiendo, a cada minuto, que somos todos adictos a algo que, claramente, permea la sociedad en la que vivimos? “Adicción no es un concepto univoco”, Perales sonríe. “Si consideramos que algo que hacemos en exceso y que interfiere en nuestra vida cotidiana es adicción, entonces seríamos adictos a casi todo. Así que es una cuestión de grado, de trastorno versus salud. Para que una conducta sea un problema que requiere atención médica o profesional, tiene que provocar un grado de malestar o de interferencia en la vida diaria sustancial. Si queremos atribuir a la tecnología esa alteración en la vida cotidiana, tendríamos que esperar a observar una correlación científicamente comprobada y eso es difícil de conseguir. En todo caso, el concepto de ‘adicción’ no nos ayuda a entender el problema”. 

 

Y sí, tenemos un problema. En realidad, varios problemas.  

 

El primero: la forma en que algunas personas desarrollan problemas relacionados con el uso de productos o servicios digitales es diferente en cuanto a proceso y mecanismo de la forma en que se desarrollan problemas relacionados con el consumo de sustancias. Y como es diferente el origen, la solución también es diferente. El segundo: hay una enorme inercia en la forma en que todos recurrimos a nuestros dispositivos y a lo que hay dentro -redes, mensajes, notificaciones, contenido, ocio 24/7…-. Llevamos el mundo en el bolsillo y cada vez nos cuesta más prescindir de esa conexión. Pero la solución a un uso excesivo, o a un uso problemático, no será siempre o simplemente la retirada del dispositivo, del contenido, de la actividad. Y más problemas: si todos somos adictos y si todos tenemos un problema, será muy difícil identificar a los que de verdad necesiten ayuda urgente. Y si les decimos a todos los niños y adolescentes que son adictos o que pueden llegar a serlo, estaremos inoculando un mensaje en el que van desapareciendo nuestras opciones para tomar decisiones.  

 

¿Por qué se desarrollan problemas relacionados con el uso de la tecnología? Es evidente que determinadas actividades digitales se convierten fácilmente en refugio ante dificultades de la vida cotidiana. Cumplen, como explica Perales, con tres características peligrosas: la triple A definida por Cooper – son actividades anónimas, asequibles y accesibles, siempre a mano y ligadas a una enorme recompensa, por lo que es fácil desregular. Pero, con frecuencia, lo que hace que acudamos a ese refugio es un malestar que ya estaba antes.  

 

¿Quizá podemos entre todos empezar a buscar una palabra que defina mejor el tipo de relación que establecemos con productos y servicios digitales? ¿Algo que no sea adicción y que no compare a, pongamos, una red social o un videojuego, con la cocaína? 

 

Aunque esta conversación entre María y José César no es defensora de la palabra ‘adicción’, sí lo es de que muchos, muchísimos aspectos del diseño de la tecnología que usamos a diario están relacionados con que tengamos ‘problemas para parar’. A la pregunta “de las funcionalidades disponibles en los productos o servicios que más utilizamos, ¿qué aspecto nos afecta más para sentirnos mal o bien?”, el invitado responde sin dudar que “las dinámicas de algoritmos que sintonizan con nuestras necesidades. Si nos ayudan a cumplir objetivos o a crecer, nos hacen sentir bien, pero a veces, la mayoría de veces, nos ofrecen aquello que apela a nuestra vulnerabilidad”. Necesitamos -concuerdan los dos- transparencia en los algoritmos, menos opacidad en el diseño, que puedan ser regulados y nuestros derechos como usuarios sean primero respetados y después protegidos. 

 

Hoy por hoy, el consenso científico de profesionales no existe en cuanto a incluir en manuales diagnósticos la ‘adicción’ a redes, Internet, pantallas, móviles o tecnología en general. En trastornos adictivos sin sustancia, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) de la Asociación Americana de Psiquiatría solo contempla el trastorno por juego de azar y la OMS contempla ese mismo más el relacionado con el uso de videojuegos. ¿Quiere decir esto que podemos dejar que niños, niñas y adolescentes se entreguen a los videojuegos y las consolas horas y horas sin control o acompañamiento? Claramente no. El tiempo no es el único factor determinante, pero sí es un factor importante.  

Videojuegos

 

Hace unos años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó en sus manuales diagnósticos el trastorno de conducta adictiva por uso de videojuegos, que ha derivado en que muchos ciudadanos de a pie pensemos que todos los videojuegos provocan adicción. “En esa decisión de la OMS no hubo consenso”, explica Perales, “y de hecho sigue habiendo controversia. La definición de la OMS no explica por qué algunas personas desarrollan un problema con algunos juegos y otras no, y tampoco especifica que el tratamiento deba ser farmacológico o basado en una desintoxicación o un cese de actividad. Plantea que se trata de un tema de salud pública al que hay que prestar atención y abre la opción de un diagnóstico cuando se cumplen parámetros de conducta, tiempo y alteración de vida cotidiana”.  

 

A la mayoría de las familias, comenta María, nos preocupa que nuestros hijos jueguen demasiado tiempo con la consola, nos inquieta lo de la adicción. Nos preocupan menos otros temas porque no nos los explican. Un ejemplo son los cofres botín. “Las cajas botín son un tipo de estrategia de monetización -algo que puedes comprar dentro del juego, que te da una recompensa aleatoria, igual que una máquina tragaperras-. No están considerados juego de azar, pero el funcionamiento es similar. Tenemos evidencias y estudios de que estas cajas botín, en menores, están relacionadas con que en la edad adulta tiendan a jugar online”, cierra Perales. 

 

Así que todos en casa a comprobar si los videojuegos favoritos de nuestros hijos ofrecen cajas (cofres) botín -también llamados de recompensa-. María dixit. 

 

Todos en casa a pensar en cómo desconectar un poco del móvil, analizar nuestra relación con él y reflexionar sobre qué aspectos de la vida digital nos hacen sentir bien o mal. 

 

Todos en casa a cuidar las palabras y a reconocer que necesitamos entender un poco mejor cómo funciona la tecnología que utilizamos a diario.