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Manos sujetando una bola del mundo

5 obstáculos que afrontar para vencer al (ciber)acoso escolar

María Zabala 

Periodista. Autora de ‘Ser padres en la era digital’

Prácticamente todos compartimos una visión sublime, etérea, abstracta, genérica y bondadosa: ojalá no existieran el acoso y el ciberacoso escolar. Es una aspiración que no termina de aterrizar en la vida real, a tenor de las noticias. El (ciber)acoso entre menores aumenta. Nos encontramos con cada vez más titulares que nos exponen a la cruda realidad de las siempre terribles y a veces trágicas consecuencias del acoso escolar. Ante esas tragedias, las aspiraciones saltan a las portadas. #TodosContraElAcoso, o similar. Nos queda precioso el compromiso: todos parecemos estar de acuerdo en que hay que esforzarse en la prevención, la detección temprana, la denuncia, los protocolos, el acompañamiento a todas las partes, la comunicación en casa y en la escuela, la educación en valores, el ejemplo adulto. ¿Por qué, entonces, no mejoran las cosas?

 

Obstáculo nº 1: conducta adulta (pública y privada) 

Cuando los adultos -en esfera doméstica y también pública, políticos o influencers,  por ejemplo- actúan como canallas y ejercen su presencia desde el insulto, la ironía provocadora -que no es la inteligente-, los gritos, la chulería y los malos modos, el mensaje que nuestros menores reciben es: “el fin justifica los medios y si quiero destacar/ganar/recibir aplausos/obtener likes -o votos- de mis seguidores, entonces es legítimo ser un poco bully”. Y cuando adultos cercanos justifican un mal trato a alguien en función de ideologías o situaciones, el mensaje es “tratar mal no es tratar mal si considero que alguien se lo merece o pienso que tengo la razón”. Que no se me escandalicen los lectores; hay bullies en el mundo público y en las casas, de todas las ideologías. Como bien contó David Cerdá en un episodio de Voces de Movimiento Azul, atacar -no debatir- está de moda porque “últimamente no queremos adversarios, queremos solo enemigos”.

Obstáculo nº 2: sociedad inmersa en una crisis de autoridad

De este concepto habla la jueza Natalia Velilla en su libro titulado exactamente así. Ni el respeto a la autoridad ni el ejercicio de la autoridad están de moda. Sucede en todos los sectores, también en las escuelas y en los hogares. Si antes padres y madres de familia aspiraban a poder estar orgullosos de sus hijos e hijas, ahora padres y madres de familia buscan que esos hijos e hijas estén orgullosos de sus padres y madres. Y este bucle nos lleva, con frecuencia, a una gran dificultad para poner límites, decir ‘no’ o reconocer problemas que puedan hacernos sentir peores padres/madres. De ahí que, en numerosas mediaciones en casos de acoso escolar, los mediadores se encuentren con una realidad curiosa: los progenitores de acosados exigen justicia, reparación, reconocimiento… y los progenitores de los acosadores consideran que ‘son cosas de niños’. Otra autoridad menguante es la de los docentes, aunque eso da para otro artículo y, sorpresa, las familias no siempre contribuimos al respeto a docentes por parte de estudiantes.

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Obstáculo nº 3: pensar que eliminar el smartphone acabará con el problema

Acabaremos con parte del problema, con la parte tangible: sin móvil y sin acceso a redes o, incluso a Internet, los menores acosadores no podrán prolongar ese acoso más allá del recinto escolar. Volveremos entonces al acoso clásico, pero no necesariamente acabaremos con la conducta del acosador o con el sufrimiento del acosado. Redes, apps de mensajería, entornos digitales y los dispositivos que permiten su uso -móviles, tabletas, ordenadores, consolas…- facilitan y amplifican el problema, pero no lo provocan. Además de restringir o retrasar el acceso de menores a productos y servicios digitales, necesitamos actuar sobre las bases de la conducta acosadora, las reacciones -o ausencia de ellas- del entorno y la manera en que las víctimas afrontan la situación.

Obstáculo nº 4: la ‘desconexión moral’

Se trata de un término que describe cómo las personas nos autoconvencemos de que podemos no aplicar nuestros principios éticos en un determinado contexto. Ejemplo: un adolescente puede ‘saber’ que algo está mal, y puede también buscar justificación para hacer ese algo cuando es a través de un móvil. En primer lugar, porque la sensación de anonimato digital no ayuda; hace sentir a nuestros menores que lo que hagan online no tiene las mismas consecuencias que lo que hagan en el mundo físico, porque ‘nadie sabe quiénes son’ o ‘es más difícil que te pillen’. Pero, además, los adultos potenciamos esa desconexión moral al distinguir sin cesar la ‘vida real’ de la ‘vida digital’, inconscientemente validando que cuenta más lo que se haga en persona y que acciones digitales son menos ‘reales’.

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Obstáculo nº 5: los nostálgicos

Hay dos grupos de nostálgicos en este tema. Los que dicen que esto antes no pasaba porque “se educaba bien” y que el problema es que ahora las nuevas generaciones son frágiles, o están fuera de control, o ‘es que lo de los móviles’ o ‘es culpa de los padres’…, pero ellos están fuera del problema porque educan bien y tienen valores. Y los que dicen que, en realidad, siempre ha habido acoso escolar y el problema es que ahora se habla del tema, y antes no; los negacionistas. Ninguna de estas nostalgias ayuda a combatir el problema del (ciber)acoso. Echan leña al fuego y dejan a víctimas y agresores abandonados ante el problema.

 

Conclusión

Hay una parte muy complicada en la lucha contra el acoso escolar: la que tiene que ver con entender las razones que hay detrás de la conducta acosadora, detectar la situación a tiempo - adultos, familias, escuelas y protocolos-, ser capaces de pararla-denunciarla-corregirla, educar a nuestros hijos e hijas para que 1) no sean acosadores, 2) no contribuyan al acoso, 3) pidan ayuda para pararlo -a familia o docentes-, 4) lo cuenten si son víctimas, 5) aprendan a afrontarlo y superarlo. Todo esto es muy difícil.